Como parte de mi trabajo como consultor
ambiental, en mi última responsabilidad laboral he tenido la oportunidad de
conocer desde sus entrañas a nuestra espectacular cordillera central. Es una
caracterización ambiental para una empresa minera en jurisdicción de Cajamarca
Tolima y parte del Quindío.
Cada veza que pasamos en un vehículo por “La
línea”, la única sensación es de mareo, náuseas por las curvas y mucho frío.
Jamás pensé que tanta belleza se albergara al interior de esas montañas. A
medida que se inicia el ascenso el paisaje agrícola es deslumbrante. Cultivos
de arracacha, frijol y papa criolla, establecidos en las laderas con una
demarcación tan estricta, como si los surcos hubieran sido sometidos a la mira
de un topógrafo aprovechando cada irregularidad del terreno.
Luego, ya por caminos de herradura, por donde
recuas de decenas de mulas desfilan sin tregua con los “jotos” al espinazo, se
empieza a empinar la estrecha vereda y se siente como se cierra ante nuestros
ojos el paisaje y nos envuelve en un verde oscuro y fresco con soplos de blanca
niebla alzándose entre nosotros hasta cubrirnos. Es delirante; duele respirar
al principio, pero después se siente como el aire llega a nuestros pulmones y
nos hace sentir vivos y capaces.
El bosque es abrumador, siete cueros ,
encenillos y manos de oso, conforman la densa vegetación y debajo de ellos, se
levantan hermosas bromelias con flores multicolores, donde se posan las
pintorescas mariposas como si la belleza se buscara entre sí por capricho. Para
caminar, se hace sobre un colchón de hojas y raíces que han emergido furiosas
del fértil suelo y se despliegan formando complejas figuras con sus brazos
vestidos de líquenes y musgos esponjosos llenos de dulce agua virgen. Todo es
perfecto, no hay desorden, todo está en su sitio
En la cumbre, se siente la imponencia de la
montaña dominando pequeños valles, custodios de cientos de drenajes cristalinos
con súbitas caídas que parecieran ser cabellos blancos de la vieja montaña.
Sobre la cima, da la impresión de estar frente a un dibujo de un libro de
geografía, de perfectos relieves como si pudiéramos saltar de pico en pico. Con
frío sobrecogedor pero con el alma hirviente y llena de regocijo; aparece el
momento de la reflexión y todo se purifica, nada perturba, ahí está la vida en
todo su esplendor. Una bandada de loros orejiamarillos aletea e invade de
alegría su aéreo camino, hasta posarse sobre la majestuosa palma de cera.
De pronto la montaña pareciera moverse, la
niebla cubre las cosas y nos desubica, estamos arriba y nos sentimos grandes y
ufanos. Pero la nostalgia de pensar en lo efímera y pasajera que puede ser esta
imagen nos hace sobresaltar y llega a nosotros un pálpito de temor e
incertidumbre, tal vez porque conocemos la naturaleza humana. Un día la
avaricia llegará a la cumbre y cubrirá con humo negro lo que antes fue el más
bello bosque de niebla. Al mismo bosque de “Alegrías y Barragán”, al que casi
ningún sevillano conoce.
Que Dios redima mis culpas por mi
desafortunado aporte a la profanación de la vida silvestre.
Por: Oscar H. Aránzazu Rendón