Como en
la canción Borincana, en Sevilla hay cientos de “jibaritos”, cultivadores de
plátano, yuca, fríjol, maíz y hortalizas; que se esmeran durante largas
temporadas cuidando sus cultivos y soportando las arremetidas del clima y del
alza en los precios de los insumos, con la ilusión de subsanar por lo menos en
parte, los problemas económicos de su familia y a lo mejor poder darse algún
“gustico” como ellos lo llaman.
Florentino
vive por el río Pijao, en su finca no hay energía eléctrica, la carretera es
una trocha y el terreno de su finca es empinado. El ha llegado airoso del
pueblo, porque en el banco le prestaron un dinero para “echar” un cultivo de
yuca. La preparación del terreno, implica la contratación de varios
trabajadores y al trabajo se suman El y sus dos hijos de 12 y 16 años.
La tarea
dura seis semanas y el pequeño yucal ha quedado sembrado. Pero el trabajo sigue
y al cultivo hay que darle mantenimiento. La yuca está “por las nubes”, por eso
se determinó su siembra. La familia hace sus cuentas y luego de calcular la
rentabilidad del negocio, ahora si creen que pueden realizar los arreglos que
siempre han querido hacerle a la casa y a la carretera, y porque no? alguna
sorpresa como premio a la labor familiar. Se confunden en fuerte abrazo y ya
quisieran estar arrancando el yucal.
El tiempo
pasa… y efectivamente al cabo del esperado año, robustas y bien formadas yucas
salen de la tierra. Era la prueba que necesitaban, ya se puede ofrecer y
entonces…. sale loco de contento para la ciudad.
Llega el
comprador y lo primero que dice es “muy bonito el yucal…. Pero… eso está muy
barato ahora, hay yuca por todas partes, la gente sembró yuca hasta en las
materas”.
Ahí, el
primer sinsabor. Después de un desfile de compradores implacables, decide
comerciar su producto sin intermediarios y se “avienta” a la plaza. Durante el
trayecto este jibarito sevillano lleva en su pensamiento todo un mundo lleno
de felicidad….de felicidad…? Pero Realmente remediará la situación?.
Florentino
hace estacionar el transporte en lugar estratégico, pero nadie pregunta por su
producto. Pasa la mañana entera sin que nadie quiera su carga comprar. Vencido
y presionado por el transportador, baja la guardia y es El quien hace el
ofrecimiento. Error garrafal! Desde ese momento, cayó en las garras de los
trajinados placeros.
Por cada
desalentadora oferta, el piensa en la decepción de su mujer y sus muchachos,
piensa en el año de arduo trabajo y que un traje a su viejita no podrá
comprar.
Para darse
resignación, mira su entorno y se da cuenta que todos están igual, la situación
en el pueblo está peor. El hambre y la miseria se reflejan en los rostros; la
más profunda desesperanza se apodera de Floro y acepta cuatro monedas por sus
frescas y apetitosas yucas, aquellas de donde sale el almidón de los cuellos de
los congresistas y por las que sus hijos tuvieron que faltar al colegio.
Pobre
Floro! Si, sale hacia su casa más pobre de lo que salió, porque sus sueños
frustrados lo arrimaron hacia la impotencia y contempla en todo su esplendor el
mundo injusto en el que le tocó vivir. Con un poco de pan bajo el brazo, llega
nuestro jibarito a compartir su desgracia. Esa desgracia que vive a diario el
campesino colombiano, que no tiene oportunidades, al que el estado solo le
llega vestido de camuflado a dar cuenta de sus gallinas.
En la
historia que a diario escribe el labriego colombiano, el avaro le roba lo que
la tierra le regala. Está desprotegido y como no tiene un interminable
historial delictivo con que negociar, entonces no es objeto de prebendas ni de
dádivas del gobierno.
Al día
siguiente la vida continúa, el infausto episodio se repetirá siempre, pero por
alguna extraña razón, vuelve a apostarle al trabajo pero por lo general sale
mal librado…. y triste, el jibarito va llorando así pensando así, diciendo
así, llorando así por el camino. Año tras año, cultivo tras cultivo, hasta
que el banco se cobra con sus tierras.
Este
cuento de sevillanos verracos pero frustrados, también me lo sé con plátanos,
naranjas, aguacates……… de La Melva, El Venado, La Cuchilla, El Billar………
Por: Oscar H. Aránzazu Rendón