Ayer vi de nuevo a Jeison. Lo vi varias veces. Juro que era él.
Jeison era aquel niño que mendigaba diversión desde el andén tras las rejas de un colegio, ese mismo que teniendo doce años ya era cabeza de familia. Si, aquel que recorría las calles detrás del carro de la basura. Ese personaje de cabello ensortijado y rostro dibujado con los pinceles del hambre.
Es verdad, lo volví a ver. Estaba en Bogotá conduciendo una carreta. Por cierto, me llamó la atención que en un pequeño cajón al interior de su “zorra” como le dicen en la capital, llevaba un bebé. No era robado, ni encontrado por azar. Era su pequeño hijo y mas atrás, ayudando con la “obligación” iba Yurumí. Una “ñera” de ojos claros y cachetes colorados. Creo que ambos están por los dieciséis años más o menos.

Aunque... creo que lo vi en televisión, no era una celebridad. Estaba esposado a otros jóvenes por algún delito cuyo autor intelectual o determinador es el estómago. Seguro, ese era. Lo reconocí por sus ojos color miel, por su evidente timidez, no parecía soberbio, mas bien triste pero de alguna manera conforme. Que extraño, aun en la televisión, Jeison pareciera mirarme. Sentí su rencor, no hice nada por El, solo lo dejé al descubierto con mis palabras aquel día que escribí sobre él. Lo mismo que todos, solo saqué provecho de su miseria y preferí echar al olvido su figura y su suplicio para que no me afectara.
En algún lugar de la espesa vegetación colombiana, me topé con jóvenes y niños jugando a ser grandes con peligrosos juguetes y uniformes que no les quedaban. Miradas de odio, rumores con sabor a insulto y rostros que se ocultaban entre el pelotón como evitando ser fulminados por ojos acusadores o interrogantes. Claro que si. Entre ellos estaba Jeison, tenía que ser El. Que otro destino tendría, sino el de la ilegalidad y la postración ante quien fuera. Adonde vino a parar, cuanto daño le hemos hecho, que perversos podemos llegar a ser. Está claro que es muy posible que sea la última vez que vuelva a ver a Jeison. A El lo esconden, no es dueño de su destino, la guerra lo está consumiendo, pero en algo bueno creerá, ingenuamente pensará que esto pueda terminar algún día.
La confusión retorna, en otro episodio y debo decirlo con tristeza, Jeison estaba en la morgue. Era él, su cabello era inconfundible, sus rizos se desplegaban en la mesa de granito. Lo recuerdo como aquel día, cuando estaba hurgando en la basura de una casa y vio a Andrés Felipe salir de allí airoso, perfumado y con arrogante pose al tomar el transporte a su colegio. Esa mirada aquella, parecía la de un cachorro asustadizo. Ah! Que pena por Jeison. O.... no, tal vez no. A lo mejor se le acabó su penuria, nadie mas lo habrá de maltratar, por fin estará en igualdad de condiciones en su sociedad porque ya no habrá diferencia. Cuanta pena y que duro lastre. Nació sentenciado y su condena fue el hambre y el dolor.
Ya ni se por cual Jeison decidirme haber visto, pero en todo caso las culpas llegan a mi. No sé realmente que habrá sido de aquel héroe de hueso y poca carne. Cual habrá sido su destino. Sé que mi conciencia hace que en toda escena infausta lo vea. O tal vez son tantos Jeison desposeídos que me lo recuerdan. Se que pocas historias que se afincan en la desgracia terminan bien, pero sueño con ser atendido por Jeison en un banco o verlo recibiendo medallas del deporte o por lo menos con sus huesos ya cubiertos por la carne. Con una vestimenta y una altivez que enamore a las muchachas.
Clamo por ayuda para Jeison. El se presenta de mil maneras, no duden en apoyarlo, denle pan, denle ocupación, regálenle conocimiento. Irá como niño hambriento, o sucio anciano. También puede ser feroz y resentido, pero les juro que Jeison tiene remedio. Espantemos la posibilidad de que proliferen más de ellos y hagámoslos desaparecer. Conjuremos nuestros propios fantasmas con un poco de solidaridad, eduquemos a nuestros “Andrés Felipes” pero compartamos algo con los miles de Jeison, que con seguridad siempre hay uno que pasa frente a nosotros día a día.
Es fácil reconocerlo, generalmente su mano está estirada, su rostro es pálido, huele mal, no te mira a los ojos y en algún lado de tu conciencia preferirías encontrártelo en los escenarios que lo he visto, pero en todo caso sin que tenga que ver contigo. Si esto te sucede, es porque te afecta y no eres del todo indiferente. Algo muy bueno está pasando en ti.
Compasión, no sé. Pero cortar tajadas más pequeñas en un pastel, si se puede y son más los que por lo menos conocen su sabor.
“La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.”
Albert Einstein